La vida de un exponente del arte surrealista, quizá el más popular y como él mencionaba “El surrealismo soy yo”; lo más surrealista es, que está afirmación es probablemente cierta.
Salvador Felipe Jacinto Dalí i Doménech, fue quizá el surrealista más popular y uno de los máximos exponentes mundiales del arte contemporáneo. Ya fuera un genio o un artista estrafalario, su legado no pasa inadvertido. Incluso hoy en día no podemos dejar de maravillarnos con la perfección técnica y el imaginativo contenido de su arte.
Nació a las 8.45 hrs del 11 de mayo de 1904 en el número 20 de la calle Monturiol en Figueras, provincia de Gerona en España, cerca de la frontera con Francia. Dalí nunca fue un niño normal. Tuvo un hermano mayor llamado Salvador Galo Anselmo, quien murió a los 9 meses de edad de un catarro infeccioso, lo cual marcó posteriormente al artista quien llegó a tener una crisis de personalidad al creer que él era la copia de su hermano muerto. Su padre, Salvador Dalí i Cusí, era abogado de clase media y notario, de carácter estricto pero suavizado por su mujer Felipa Domènech i Ferrés, alentaba los intereses artísticos del joven Salvador. Con cinco años de edad, los padres de Dalí lo llevaron a la tumba de su hermano y le dijeron que él era su reencarnación, una idea que él llegó a creer. De su hermano, Dalí dijo: ... nos parecíamos como dos gotas de agua, pero dábamos reflejos diferentes... Mi hermano era probablemente una primera visión de mí mismo, pero según una concepción demasiado absoluta.
Desde muy pequeño, Dalí dio muestras de genio: dejaba sus excrementos en cualquier lado, como forma de arte. De adolescente viajó a Madrid, donde experimentó con el cubismo y el dadaísmo. Entabló amistad con gente como Lorca o Buñuel y es que Dalí no sólo se dedicó a la pintura. Su creatividad abarcó el cine, la escultura, el diseño y la escritura.
Mucho se especuló sobre su sexualidad, pero todo indica que Salvador era impotente (de ahí las formas flácidas de muchas de sus obras) y más bien asexual. Él mismo decía que sólo llegó al orgasmo un par de veces, y por masturbación. Su pelo largo, patillas y bigote no pasaron desapercibidos en el Madrid de la belle epoque. Su vida y obra llegaron a ser la misma cosa y acabó siendo un showman obsesionado por promocionarse a sí mismo. Se podría decir que fue pionero de los happenings y del pop-art. Se creó ese personaje: provocador, imprevisible, loco…
En París, Dalí se vuelve toda una personalidad, aunque no sabe desenvolverse como una persona normal. No puede ni cruzar la calle solo. Pero ahí conoce a Gala que se convirtió en esposa, musa y cuidadora.
En 1934 es expulsado de los surrealistas y no repara en insultos contra Breton, diciendo que «La diferencia entre los surrealistas y yo es que yo, soy surrealista».
En 1940 se traslada a los Estados Unidos, donde encaja perfectamente con el surrealista capitalismo. En Hollywood fue acogido con los brazos abiertos y colaboró con Disney, Hitchcock, los Hermanos Marx… e invitado a todas las fiestas donde hacía la delicia de la gente con sus salidas de tono.
Ocho años después regresó a España, que estaba bajo la dictadura de Franco, y abrazó su régimen sin escrúpulos. Dalí se consideraba un anticomunista radical, pero todo indica que fue un oportunista que consiguió que el dictador le dejara trabajar en paz. La verdad es que no hay nada más surrealista que la relación entre estos dos tipos.
Otra cosa que le achacan sus detractores es su desmesurado amor por el dinero, que amasó a manos llenas. Cualquier objeto daliniano se convirtió en un lucrativo negocio. En sus últimos años llegó a firmar hojas en blanco para favorecer las falsificaciones. Para él, la imitación de su obra era una prueba de su grandeza.
Dejando su vida aparte, Salvador Dalí fue un artista indiscutible. El detallismo minucioso pero mostrando un mundo inconsciente hacen de él el más grande pintor de sueños. Su naturalismo, tomado de sus ídolos Rafael y Velázquez, una enorme pasión por la ciencia y las asociaciones delirantes cuya ambigüedad provoca diversas interpretaciones son sólo tres rasgos de su arte.
Inventó el método paranoico crítico, con sus dobles imágenes y pintó más de 1500 obras de arte, sin contar decorados, fotografías, colaboraciones y sus numeritos, que hoy en día no pueden más que considerarse como Arte.
Durante los años setenta, Dalí, que había declarado que la pintura era "una fotografía hecha a mano", fue el avalador del estilo hiperrealista internacional que, saliendo de su paleta, no resultó menos inquietante que su prolija indagación anterior sobre el ilimitado y equívoco universo onírico.
Un personaje que con su repulsivo bigote engominado asistía al lujoso teatro de la ópera de Barcelona, elegantemente ataviado con frac y luciendo en el bolsillo de la pechera, su vistoso pañuelo y que en su testamento, el controvertido artista legaba gran parte de su patrimonio al Estado español, provocando de ese modo incluso después de su muerte (acaecida en 1989, tras una larga agonía) nuevas y enconadas polémicas.
Místico y narcisista, impúdico exhibidor de todas las circunstancias íntimas de su vida y quizá uno de los mayores pintores del siglo XX, Salvador Dalí convirtió la irresponsabilidad provocativa no en una ética, pero sí en una estética, una lúgubre estética donde lo bello ya no se concibe sin que contenga el inquietante fulgor de lo siniestro.
