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Historia del Bidet

Por Sandra B

El bidé o bidet es un invento francés creado para higienizarse las partes íntimas que fue utilizado principalmente después de encuentros sexuales en aquellas épocas de Luis XV, objeto que para los puritanos, usarlo era inmoral.

Este accesorio o pieza de baño es un elemento más dentro del cuarto de baño de la mayoría de las casas, principalmente de las casas de antes.

René Louis de Voyer de Paulmy, marqués de Argenson y ministro del monarca francés Luis XV, relata en sus memorias una curiosa escena: “Un día, al ser recibido en audiencia por Madame de Prie, se la encontró sentada a horcajadas en un curioso mueble en el que se disponía a lavarse sus partes íntimas, al parecer al mismo tiempo que hablaba con él”. Esa es la primera mención escrita que se tiene del bidé, un instrumento cuyo uso se considera bastante más antiguo y sobre cuyos orígenes no hay consenso, aunque se sitúan en la Edad Media.

El nombre proviene del francés antiguo bidet, un tipo de caballo pequeño parecido a un poni, hoy extinto, que usaban las damas y niños de la nobleza para sus paseos y hace referencia a la posición en la que hay que sentarse, igual que cuando se cabalga. 

Su función más obvia es la higiene íntima, como complemento al baño, en una época donde tener bañera era un privilegio incluso entre la nobleza y el grueso de la población tenía que conformarse con corrientes naturales, servía para limpiar las partes más olorosas del cuerpo los días en los que no podían bañarse. Pero curiosamente, más allá de la higiene corporal, el bidé tenía otra función igual de importante, que era la de método anticonceptivo. De hecho, las prostitutas usaban recipientes parecidos para limpiarse después de tener relaciones, esperando evitar embarazos y enfermedades venéreas.

El bidet, durante el siglo XVIII se popularizó entre las nobles, primero en Francia e Italia, ya más adelante en otros países del sur de Europa. Para las mujeres que tenían una relación extramatrimonial era un modo de limitar el riesgo de quedar embarazadas de sus amantes; y para las casadas, una manera de evitar contagios a causa de las aventuras de sus maridos.

Su uso anticonceptivo no era ningún secreto: a la reina de Nápoles María Carolina de Habsburgo-Lorena, que quiso instalar uno en su palacio de Caserta, le hicieron notar que eso podía darle mala fama ya que se trataba de un “instrumento de meretriz”, advertencia que ella ignoró.

El éxito del bidé en realidad duró menos de dos siglos, porque su difusión entre la mayoría de la población fue casi a la par con la ducha, que suplía mejor su función higiénica.

Fue en la segunda mitad del siglo XIX, que empezó a haber instalaciones para agua corriente en las casas y esto se generalizó hasta el XX.

Ya para ese entonces, el uso del bidé había estado tan restringido que la mayoría de la población simplemente no le veía la utilidad (a pesar de lo cual algunos países, como Italia o Portugal, hicieron obligatoria su instalación en los baños). Pero a lo largo de su relativamente breve historia, el bidé fue a menudo objeto de polémica, precisamente por su uso anticonceptivo. Su presencia parecía sugerir una vida lujuriosa por parte de sus propietarias, como le señalaron a la reina de Nápoles, y en los burdeles era el único mueble del que disponían las prostitutas además de la cama. La Iglesia criticaba ferozmente su uso, sugiriendo incluso que se usaba para practicar abortos. Otros le dieron usos más inventivos como Napoleón, que lo usaba para aliviar el escozor en las posaderas y los muslos después de cabalgar; lo valoraba tanto que incluso le dejó en herencia a su hijo su preciado bidé rojo, lo que dio una enorme publicidad al utensilio y aumentó inmediatamente su popularidad entre la nobleza francesa.

Hoy se encuentra en creciente desuso, pero este instrumento de baño ha tenido una importancia crucial en la historia europea. En la Revolución Francesa rodaron muchas cabezas, pero el bidet sobrevivió. Para fines de la Segunda Guerra Mundial fue considerado un elemento clave para la salud pública, porque había uno en cada hogar de Francia y se cuenta que los parisinos se burlaban de los turistas ingleses que veían un bidet por primera vez y lo usaban para orinar, lavarse los pies o las medias.

Estos artefactos se ubicaban en los dormitorios, para que estuvieran a mano después del sexo. De hecho,en algunos hoteles antiguos de Francia sigue habiendo un bidet dentro de la habitación y con el tiempo, comenzaron a instalarlos en los baños.



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