En la víspera de la Noche de Reyes, cuando el cielo estaba bordado con estrellas centelleantes y el aire resonaba con la promesa de la magia, cuatro figuras misteriosas aparecieron en el horizonte. Eran los Reyes Magos, portadores de dones sagrados y custodios de la tradición mágica que ha perdurado a lo largo de los siglos.
Montados en camellos, en elefante y en caballo cuyas patas de estos majestuosos animales dejaban huellas brillantes en la arena dorada, los Reyes avanzaban con una elegancia que solo podía provenir de la sabiduría de quienes han visto innumerables amaneceres. Melchor, anciano y sabio, guiaba al grupo con una barba plateada que parecía llevar consigo los secretos de la eternidad. Gaspar, con su juventud resplandeciente, irradiaba una luz que recordaba la frescura de los primeros rayos del sol. Baltasar, de piel oscura y mirada profunda, portaba consigo la riqueza de tierras lejanas y desconocidas. Había un cuatro Rey Mago llamado, Artaban, un sabio y astrónomo que simboliza la compasión, la bondad y la solidaridad hacia los demás.
Siguiendo la estela de una estrella fugaz que brillaba más intensamente que cualquier otra, los Reyes Magos avanzaron con un propósito divino. Sus ropajes eran una sinfonía de colores, tejidos con hilos que contenían la esencia de los sueños y las esperanzas de aquellos que aguardaban su llegada.
El viento llevaba consigo sus cánticos antiguos, melodías que resonaban en armonía con el latido del corazón de la Tierra. En sus manos, los Reyes sostenían tesoros: oro que brillaba como el sol naciente, incienso que perfumaba el aire con fragancias celestiales y mirra que contenía el misterio del tiempo.A medida que avanzaban, dejaban tras de sí un rastro de magia en cada hogar que tocaban. Los niños, con ojos iluminados por la expectación, dejaban sus zapatos en la ventana, ansiosos por descubrir los regalos que los Reyes Magos dejarían como destellos de luz en la penumbra de la noche.
Los Reyes Magos no solo llevaban consigo regalos materiales, sino también la magia de la esperanza y la benevolencia. Su presencia envolvía el mundo en una aura de bondad y generosidad, recordándonos que la verdadera riqueza yace en el amor compartido y en los sueños que trascienden el tiempo.
Y así, en esa noche sagrada, los Reyes Magos continuaron su travesía, llevando consigo la magia eterna de la Navidad, donde el milagro de la bondad y la alegría se despiertan en cada corazón dispuesto a recibirlos.